domingo, 21 de octubre de 2012

El Renacimiento en Toledo fotografiado por Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX

Austin Whittlesey fue un arquitecto estadounidense hijo del también afamado arquitecto Charles Frederick Whittlesey. A comienzos del siglo XX emprendió el ambicioso proyecto de publicar un gran libro sobre la arquitectura del Renacimiento en España, pero el estallido de la I Guerra Mundial en 1914 pospuso los planes. No fue hasta 1917 cuando fue publicado un primer volumen centrado en el sur del país titulado The minor ecclesiastical, domestic, and garden architecture of southern Spain. Tres años después, en 1920 fue publicado el segundo libro titulado The Renaissance Architecture of Central and Northern Spain, en el que se encontraba la parte dedicada a la ciudad de Toledo.
Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
El libro, digitalizado por la Univerisad de Toronto, nos permite ver una docena de fotografías de esta parte de la arquitectura de la ciudad fotografiadas por Whittlesey probablemente antes de 1914. No se trata de un recorrido en absoluto exhaustivo ni extenso, pero las fotografías poseen el valor de su antigüedad y de su escasísima difusión, por lo que se trata de imágenes probablemente desconocidas para el gran público.
Las fotografías más destacadas son las dedicadas a portadas de la ciudad. Comenzaremos por ver esta portada típica toledana de frontispicio de vuelta redonda que se encontraba -y se encuentra- en la Plaza de San Vicente en el palacio de Don Diego de la Palma Hurtado:
Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

Es muy bonita la fotografía correspondiente a la Capilla de San José en la Calle Núñez de Arce antes de la colocación de la verja que hoy delimita su entrada:
Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

Es especialmente curiosa esta fotografía de la portada con la Cruz de Malta que se encontraba en la calle Trinidad y que pertenecía a las casas que habían dado origen en su día al desaparecido convento de San Marcos. Esta portada fue trasladada años después al edificio de la Alhóndiga en la Calle Gerardo Lobo donde hoy puede se la puede ver:
Portada de las casas del desaparecido convento de San Marcos en la Calle Trinidad (hoy en la Alhóndiga en C/ Gerardo Lobo). Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

Muy bonita es también esta fotografía de la portada situada frente al Convento de Santa Isabel, y que hoy alberga un hotel:
Portada en la Calle de Santa Isabel, hoy un hotel. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

En un repaso al Renacimiento toledano no podía faltar una imagen de la Puerta de Bisagra:
Puerta de Bisagra. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

El edificio más representado en el libro de Whittlesey es el Hospital de Santa Cruz:
Portada del Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Reja de la entrada del Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Portada del Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Detalle del Hospital de Santa Cruz. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

El almohadillado de la fachada del Hospital Tavera es uno de los símbolos de este tipo de arquitectura en la ciudad, y Whittlesey así lo retrató:
Almohadillado del Hospital Tavera. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

El Alcázar tampoco podía faltar en el repaso del arquitecto norteamericano:
Fachada del Alcázar. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto
Patio del Alcázar. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

Whittlesey incluyó en su libro esta vista de la reja de la Puerta del Reloj de la Catedral:
Reja de la entrada a la Puerta del Reloj de la Catedral de Toledo. Fotografía de Austin Whittlesey a comienzos del siglo XX. © University of Toronto

Como decía al principio, no se trata ni mucho menos de un compendio completo de la arquitectura renacentista en Toledo pero creo que sí es una interesante selección de fotografías que además de ser ya casi centenarias, eran prácticamente desconocidas en España y que espero resulten de vuestro interés.

9 comentarios

Pedro Liñán de Riaza dijo...

¡¡Qué mañana de domingo más hermosa!!. Muchas gracias caballero.

Unknown dijo...

Qué curioso! En la primera fotografía no aparece el vitor que hoy puede verse sobre el dintel de esa portada. Eso quiere decir que es posterior a 1917. Es una decepción saber que no es del XVII o XVIII, como aparentaba, aunque su estado de conservación ya era bastante sospechoso. D. Ignacio de Hernández, o no existió, o se doctoró bastante más tarde de lo que pensaba.
Un saludo.

Jota dijo...

Yo no te puedo decir, nada más que cada día te admiro más por tu gran labor, Gracias de corazón.

Anónimo dijo...

¡¡¡Gracias!!!

Ricardo Sánchez Candelas dijo...

La primera de las fotografías de este hermoso reportaje del norteamericano Whittlesey que se nos ofrece en esta entrega de Toledo Olvidado, la de la portada renacentista del Palacio de la Palma Hurtado, debería pertenecer a cualquier libro que se publicara sobre las andanzas de Pérez Galdós en Toledo, acompañado de su héroe Ángel Guerra.
Extraído de otra de mis obras “okupas” –“Galdós en Toledo” sería su título si algún día viera la luz– transcribo literalmente el encuentro con esta bellísima fachada plateresca que, en nuestros callejeos andarines por Toledo, tuvimos Ángel Guerra y yo mismo que, para esta ocasión, ejercía de cicerone del protagonista de la novela:

“Y es que, en cualquier paso que diéramos, los recuerdos y las imágenes siempre estaban prestos a saltar. Ya rebasadas las últimas casas de Alfileritos, las entradas a los callejones de Clérigos Menores y del Abogado, y el cubillo del ábside mudéjar de la iglesia de San Vicente, al abrirse frente a nosotros el espacioso recinto de la plaza, junto al Convento de las Gaitanas, aparecía con empaque señorial “aquella casa grandona que está a la entrada de la calle de la Plata, en Toledo, por la parte de San Vicente, edificio magnífico con una puerta plateresca, y sobre ella leones, águilas y un escudo como una montaña” –en realidad no era otra que la casa nobiliaria de los San Pedro de Palma–, del que doña Catalina de Alencastre, la desquiciada madre de Dulce, aseguraba ser su feliz propietaria”.
Y continuaba la descripción del encuentro: “Allí habíamos decidido hacer un alto en el camino y en el acogedor y bello patio de la “casa grandona”, ocupado desde hacía algún tiempo por un establecimiento de bar y cafetería que me resultaba conocido, despacharnos unas cervezas con algo de picar. Como en alguna otra ocasión, ahora llegaba tarde y el establecimiento allí existente con el nombre de El Patio, que era el que yo recordaba, había sido sustituido muy recientemente por otro, un Café-Club con el sugestivo nombre de Legendario, muy dignamente acondicionado. No eran novatos en la actividad sus nuevos propietarios. Muy cerca de allí, según pude saber, en la propia calle de Alfileritos, también lo eran de la Taberna de Livingston, ya casi un clásico del tapeo por las calles del Toledo histórico”. Y recordando con tan etílico motivo al borrachín y desnortado tío de Dulce, el amor adúltero y al final traicionado de Ángel Guerra, añadía: “¡Qué buen cliente de esta taberna habría sido don Pito, a poco que su exótico nombre le recordara alguna cantina, provista de buen ron, de cualquier puerto de alguno de sus periplos marineros!”.
Hasta aquí la referencia a mi provisional oficio de cicerone. En el siguiente comentario, reviviré otros recuerdos de la “casa grandona” de la Plaza de San Vicente.

Ricardo Sánchez Candelas dijo...

En mi vivencia personal aún quedaban recuerdos de este formidable y céntrico palacio toledano: “Yo, por mi parte, recordaría que en el piso alto del magnífico edificio de San Vicente tuvo durante algunos años su estudio de arquitectura mi gran amigo y compañero de bachillerato don Alfonso Muñoz Romero, autor muy meritorio de extraordinarios proyectos de cigarrales, quizá de los más hermosos que se han realizado en Toledo en los últimos años. También en aquellas galerías que daban al patio se asentó durante un breve tiempo la Academia Studium, un ambicioso proyecto educativo para la formación, tanto en Ciencias como en Letras, de quienes hubiesen ya emprendido, o estuviesen a punto de ello, estudios universitarios en Madrid. Entusiasta promotor de una iniciativa tan voluntariosa como efímera fue don Miguel Larripa, uno de los personajes más galdosianos que yo he conocido en mi vida”. A su muerte, dediqué a don Miguel una modestísima semblanza póstuma, que aquí no transcribo en su integridad por estar contenida en los comentarios del blog, en la entrega semanal del 11 de diciembre del 2009. Unos años después tuve noticia de que tan insigne edificio había sido adquirido por quien fuera Director de la Real Academia, don Félix del Valle Díaz, y hoy, en una página webb se anuncia el alquiler de apartamentos en lo que fueran las dependencias del palacio en sus pisos superiores tras ser restaurado. En el siguiente comentario tendremos que seguir, de la mano de Galdós y conducidos por este reportaje de Toledo Olvidado, ejerciendo de cicerone de Ángel Guerra.

Ricardo Sánchez Candelas dijo...

Otra foto nos muestra la portada de la Capilla de San José en la calle Núñez de Arce. Muy de pasada, Ángel Guerra –por supuesto Galdós– también encuentra motivo de fijar su mirada literaria en este paisaje toledano. Y lo hace cuando describe la fisonomía, casi angelical, de un chiquillo de seis años, sobrino de uno de los más esperpénticos personajes de la novela, el clerizonte don Eleuterio García Virones, de quien dice que era “llorón, estrafalario y mísero”. Muy por el contrario, del muchachete dice encontrarle parecido con “el San José del Greco que decora la capilla de Guendulain”. Publicada “Ángel Guerra” en 1891, pocos años después alcanzó su punto más álgido la polémica del propósito de venta a anticuarios y marchantes expoliadores de obras de arte –sobre todo extranjeros– de los cuadros de El Greco que se hallaban en la Capilla de San José, anexa al Palacio del que era propietario el Conde de Guendulain. Ángel Guerra es, por tanto, casi coetáneo de ese enconado debate, en el que el prestigio del Conde no salía muy bien parado al ser tenido por un avaricioso especulador con una parte muy significativa –nada menos que cuadros de El Greco– de la riqueza patrimonial de la ciudad, amparado en un vacío jurídico por el que la propiedad y disposición para transacciones comerciales de obras de arte de carácter religioso no estaba legalmente definida. Hasta el propio Cardenal Sancha participó en la polémica sin que su criterio fuera determinante para la “solución” final adoptada por el codicioso noble. Y el propio Ángel Guerra, en un pasaje de la novela, ya detecta el merodeo por las iglesias toledanas –que en su ascesis mística ya frecuentaba– de ese “comercio bric-a-brac” practicado por quienes tenían como empeño económico de pingües beneficios el tráfico mercantil de joyas, obras de arte u ornamentos sagrados. De manera que, conocido el affaire Guendulain, no es de extrañar la mención comparativa que hace Galdós –magnífico conocedor de los entresijos de la vida social toledana–, referida a los encantos físicos del chavalillo sobrino del clérigo Virones. No es la única vez que Galdós encuentra parecido a alguno de sus personajes de “Ángel Guerra” con otros del repertorio hagiográfico del pintor cretense. Así, al referirse a uno de los “inquilinos” que, llevado de su filantrópica caridad, alberga en su cigarral Turleque, sustituto místico del profano Guadalupe, afirma que se parece “mucho, pero mucho, al retrato del Maestro Juan de Ávila, obra del Greco, que es una de las mejores galas del Museo Provincial”. Y también es significativa la muy reiterada mención a los “apóstoles” –dos de ellos pertenecen a ese grupo de “inquilinos” de Turleque– con la que se refiere a los aspirantes a formar el grupo de los doce que en el ritual de la Semana Santa ofician en el lavatorio de los pies del Jueves Santo catedralicio. Convertido ya Ángel Guerra en un apasionado “grequista” –se pasaba horas y horas de sus recorridos por las iglesias de la ciudad “buscando Grecos, que era su delicia”– nada tiene de extraño plantear esa analogía literaria, entre los “apóstoles” del Jueves Santo del “Ángel Guerra”, y la famosa colección del apostolado del genial artista cretense. Y en ese mismo orden de ideas, conocida la estrecha y cordial relación de Galdós y Marañón, así como la influencia decisiva que esa relación tuvo en el “descubrimiento” de Toledo y en la construcción literaria del “Ángel Guerra”, también se presenta como muy sugestiva la idea de que fuera esta marginal clase de pobres gentes –mendigos reales de la sopa boba, pordioseros “profesionales” de las puertas de las iglesias, extraviados mentales, o… “inquilinos apóstoles” cigarraleros de Turleque– quienes pudieran servir de modelos al Greco para su colección. Es un asunto muy controvertido, ya tratado en otra entrega anterior del blog, con sus correspondientes comentarios, y dado que se aproximan fechas de exaltación de la vida y obra del extraordinario pintor, con motivo del IV Centenario de su muerte, tal vez no sea ocioso reconsiderar y volver a dialogar sobre estas ideas.

Pedro Liñán de Riaza dijo...

No podía tener mejor complemento esta entrada que los textos de don Ricardo. Gracias.

Julio dijo...

Cuéntame Toledo Rutas dijo...
"Qué curioso! En la primera fotografía no aparece el vitor que hoy puede verse sobre el dintel de esa portada. Eso quiere decir que es posterior a 1917....
... aunque su estado de conservación ya era bastante sospechoso"

Aunque falte la inscripcion en el dintel, si te puedo asegurar que la puerta aunque muy bien conservada y restaurada es muy anterior a 1.880
J. Laurent la fotografió y se encontraba con desperfectos que no están o no se notan en la puerta actual,
Repito "Restaurada" pues la puerta es la misma como lo demuestran las marcas dejadas por algunos dibujos realizados con clavos en la misma.
puedes ver la imagen de Laurent junto a una imagen actual y detalles comparativos en
http://www.flickr.com/photos/art3mania-y-mas/8126942385/
Curioso que incluso el escudo ha sido excelentemente restaurado
casi me hizo pensar que cambiaron las piedras de no ser por algunas marcas en ellas.

© TOLEDO OLVIDADO
Maira Gall