sábado, 25 de enero de 2014

Santo Tomé en 1955 (o una joya recién descubierta)

Mi segundo libro de Toledo Olvidado comienza con una cita de Séneca que dice: "Jamás se descubriría nada si todos nos considerásemos satisfechos con las cosas descubiertas".
Es una cita que me encanta porque resume muy bien mi concepción de la tarea investigadora: nunca un estudio es el definitivo, nunca un libro es perfecto, nunca se termina de conocer una temática... y en lo que respecta a la fotografía histórica de Toledo, jamás se terminará de descubrir todas sus joyas.
La misma noche que el libro fue enviado a imprenta, el genial fotógrafo francés Jean Paul Margnac (1936) subió a su cuenta de Flickr una perla realmente impresionante tomada en la calle de Santo Tomé en 1955 cuando él solo contaba con 19 años. Jean Paul, que sigue en activo recorriendo el mundo con su cámara, está digitalizando su archivo y en él destacan las imágenes tomadas con la mítica película Kodachrome, que fue la primera película a color utilizada por el gran público y que desbancó a la primitiva técnica del autocromo. Los colores que esta película captaba son muy característicos y permitía tomar imágenes de gran belleza.
Aquella noche me alegré más que nunca de haber escogido esa cita de Séneca: mi segundo libro, aún sin imprimir, ya estaba incompleto por más que me había esforzado en hacer una obra lo más definitiva posible. Eso es lo más bello de esta apasionante afición: nunca terminas. Aunque pueda parecer desasosegante emprender tareas que nunca finalizan en realidad es una lección de vida: lo mejor de un viaje no es el destino, es el camino.
La foto de la que os hablo es sencillamente magistral, de una belleza casi indescriptible. Corría el verano de 1955 y la calle de Santo Tomé -tan especial y querida para mí y para mi familia- era una de las arterias con más vida de Toledo. Un vendedor de melones y sandías sestea en su puesto a la sombra de los frondosos arces negundos. Su romana utilizada para pesar la mercancía permanece inmóvil junto a un humilde puesto de helados en el que su dueña se seca el sudor de la frente con la mano. Un muchacho la mira. A su lado, tras la fuente, dos hombres conversan de espaldas al fotógrafo. Al fondo, tres personas completan la escena paseando frente a los comercios allí existentes por entonces: "La Pilarica" y Damasquinados Mari Paz. El color amarillo de los melones contrasta con el verde de los arces, mientras el brillo de los adoquines es el reflejo de una preciosa luz. Una estampa que parece un poster, un cuadro, casi irreal. Perfecta.
Calle de Santo Tomé en 1955. Fotografía de Jean Paul Margnac © Jean Paul Margnac

Solo un genio es capaz de tomar esa imagen con 19 años. Jean Paul lo es, y así lo ha demostrado toda su vida. Volvió a Toledo tres años después, y volvió a dormir en su tienda de campaña a la orilla del Tajo como ya hiciera en 1955. Nos dejó para el recuerdo la evolución del mismo lugar durante aquellos tres años, destacando el lento avance de la reconstrucción del Alcázar:
Vista de Toledo desde la playa de Safont en 1955. Fotografía de Jean Paul Margnac © Jean Paul Margnac
Toledo visto desde la Playa de Safont en abril de 1958. Fotografía de Jean Paul Margnac

Con mi infinito agradecimiento a Jean Paul Margnac por su generosidad al compartir estas fotografías, espero que estas joyas os hayan hecho disfrutar tanto como a mí.

sábado, 11 de enero de 2014

William Randolph Hearst: el Ciudadano Kane en Toledo en 1934

William Randolph Hearst fue durante décadas una de las personas más poderosas e influyentes del mundo. Afianzó su inmenso poder en la creación de un nuevo tipo de prensa sensacionalista o amarilla, caracterizada por titulares incendiarios, a menudo carentes de rigor, con el único objetivo de maximizar las ventas. Hearst llegó a tener en su imperio mediático hasta 28 periódicos de tirada nacional en Estados Unidos.
William Randolph Hearst en 1906 ©  The Library of Congress of The United States of America
Así por ejemplo fue clave en el desencadenamiento de la Guerra de Cuba en la que España perdió aquella isla en 1898, al acusar en sus periódicos sin prueba alguna a España del estallido de las bombas que hundieron el famoso acorazado Maine:
Portada del San Francisco Examiner acusando a España del hundimiento del Maine
Portada del New York Journal acusando a España del hundimiento del Maine el 1898-02-17

Forjó un entramado empresarial y político sin precedentes y su figura alcanzó tal magnitud que inspiró a Orson Welles el personaje de Ciudadano Kane. Welles mantuvo hasta el final en secreto que se había inspirado en Hearst al concebir el personaje, consciente de que si el magnate conocía este extremo haría todo lo posible por evitar que la película saliera a la luz. Aún así, al enterarse, W.R. Hearst intentó evitar que la película fuera proyectada, pero ya era demasiado tarde, si bien sí consiguió que la taquilla del film fuese menor de la esperada. Hoy es considerada por muchos la mejor película de la historia:
Ciudadano Kane
William Randolph Hearst el 8 de octubre de 1910 ©  The Library of Congress of the United States

Pero William Randolph Hearst tuvo otra faceta menos conocida y probablemente más nociva para España que la mismísima perdida de Cuba: fue un excéntrico y compulsivo acaparador de obras de arte. De este modo durante años se dedicó a recopilar las piezas de nuestro patrimonio más valiosas que podía, para lo cual contó con la inestimable colaboración de Arthur Byne, su contacto en España, experto en sobornar, negociar, localizar tesoros y organizar los expolios a lo largo de toda nuestra geografía.
En una España decadente y empobrecida, con una muy escasa consideración por el patrimonio y buenas dosis de corrupción, Byne -por encargo de Hearst- fue capaz de superar trabas administrativas y legales bajo muy diferentes regímenes, desde la dictadura de Primo de Rivera hasta la II República. Para obtener su objetivo Byne no dudaba en sobornar a funcionarios, clérigos, políticos, nobles, anticuarios, marchantes y particulares para conseguir sacar de España miles de piezas de incalculable valor histórico que hoy se hallan dispersas por medio mundo en colecciones privadas y en museos extranjeros, o directamente desaparecidas. Byne era un gran conocedor del arte español, buen dibujante y fotógrafo, extremadamente profesional, meticuloso y sigiloso, bien relacionado y con una capacidad fuera de lo común para convencer a Hearst para pagar verdaderas fortunas por piezas que él había obtenido a precio de saldo.
Aunque pueda parecer increíble Byne fue capaz de exportar a tierras americanas edificios enteros como el Monasterio de Óvila o el claustro del Monasterio de Sacramenia así como buena parte de impresionantes monumentos como el Convento de San Francisco de Cuéllar (Segovia), el Castillo de Benavente (Zamora), la reja de la Catedral de Valladolid, la sillería del coro y un arco de jaspe de la catedral de la Seo de Urgel (Lérida), diversa ornamentación del Monasterio de Santa María de Moreruela (Zamora) y más de 80 artesonados hispano-musulmanes, varios de ellos de Toledo. Curiosamente, Arthur Byne era también famoso por ser muy ruidoso en las múltiples reuniones de amigos que celebraba en su casa de la calle Gravina en Madrid. Quiso el destino que su atormentado vecino fuese Juan Ramón Jiménez, quien solía aporrear la pared para pedirles silencio. En una de estas noches, al escritor le llamó la atención entre tanto escándalo una voz femenina. Se propuso averiguar quién era la dueña de esa voz y resultó ser Zenobia Camprubí, que finalmente acabaría siendo su esposa.
Esta casualidad debió ser una de las pocas cosas positivas que dejara la presencia de Byne en España. Impostor y dado al soborno -se hacía pasar por arquitecto sin serlo- consiguió poderosas amistades e incluso fue condecorado durante el gobierno de Primo de Rivera.
Arthur Byne
Byne murió en un accidente de coche en Ciudad Real, en julio de 1935. Su obituario en ABC demuestra a las claras la reputación que increíblemente había logrado ganarse:
Necrológica de Arthur Byne. ABC, julio de 1935
Necrológica de Arthur Byne. ABC, julio de 1935
Los restos de Byne descansan en el cementerio inglés de Carabanchel.

Con todas estas adquisiciones Hearst construyó y decoró sus increíblemente suntuosas propiedades, especialmente en California, como el Castillo de San Simeón o Hearst Castle, convertido hoy en un museo excelentemente gestionado. Ha sido gracias a los gestores de este museo -en especial agradezco la amabilidad de Vickie Garagliano- como he conseguido obtener esta valiosa fotografía en la que podemos ver al mismísimo William Randolph Hearst en Toledo junto al propio Arthur Byne y otros acompañantes en 1934, probablemente en una de sus expediciones expoliadoras (la reproducción de esta fotografía está prohibida sin el permiso expreso y por escrito del Hearst Castle). Podemos ver en ella a la derecha a Hearst y en el centro con sombrero a Byne, un año antes de su fallecimiento en el citado accidente de automóvil:
William Raldolph Hearst junto con Arthur Byne en Toledo en 1934 © Hearst Castle/CA State Parks

Hoy en día el inmenso patrimonio acaparado por Hearst se encuentra bastante disperso entre los edificios que le pertenecieron y los principales museos de Estados Unidos. Un reciente e imprescindible libro de José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz -La Destrucción del Patrimonio Artístico Español. W.R. Hearst: el Gran Acaparador, Ediciones Cátedra, 2012- arroja valiosos datos sobre las piezas expoliadas por Hearst. He hecho a partir de él una lista preliminar de elementos sustraídos de Toledo y que Hearst adquirió.
El grupo más numeroso de elementos es el de artesonados y techos mudéjares, destacando de entre todos el perteneciente al Convento de Madre de Dios. En la ficha rellenada por el propio Arthur Byne decía de él que era "el techo más importante en España". Aseveraba Byne a Hearst en una carta de 7 de julio de 1931 que "sacar del viejo convento esta enorme masa de madera, en los difíciles momentos actuales, requirió un sinfín de habilidad y paciencia, ya que fue preciso enmascarar cada carga de camión. El techo en su totalidad está ahora en Madrid, guardado en mi almacén, por lo cual no hay peligro de una intervención gubernamental". La compra la formalizó Hearst a Byne el 4 de octubre de 1931 por 22.000 dólares y el cargamento salió hacia San Francisco el 28 de enero de 1932. Es posible que fuese empleado en la denominada "New Wing" del castillo de San Simeón. Se trata de un techo del siglo XV compuesto por 20 vigas mayores y 19 vanos, organizando cuarteles en forma de escudos. Todo él está decorado y soportado por triples ménsulas tratadas en oro. Se encontraba en el refectorio del citado convento. Lo cierto es que los artesonados de este convento eran famosos y ya habían sido fotografiados en el siglo XIX (ojo, este no es el techo expoliado por Byne):
Artesonado mudéjar del Convento de Madre de Dios hacia 1880. Fotografía de Casiano Alguacil © Archivo Municipal del Ayuntamiento de Toledo, signatura CA-0439-VI

Otro techo adquirido por Hearst fue este: "Mudéjar, toledano, del siglo XVI, de vigas, ménsulas de madera, talladas en pino llevado desde Cuenca por el río ". Comprado a Byne en 1923. Formaba parte de una casa en la que también, en la misma habitación se expoliaron dos excelentes puertas mudéjares y dos postigos.
Grandes vigas talladas procedentes de un patio toledano.   Del libro Decorated Wooden Ceilings in Spain de Arthur Byne y Mildred Stapley El 12 de noviembre de 1923 tras la demolición salió hacia Santander y de allí a Nueva York. Hearst pagó 13.966 pesetas, de las que 450 eran de la demolición y 1.261 la comisión de Byne. En la nota conservada se menciona que procede de la Calle de Sevillanos de Toledo (tal vez se trate de la calle Cervantes, donde situaban el Mesón del Sevillano). Eran 6 vigas de 17 x 25 metros. En la actualidad cubre el dormitorio número 4 del Cloister y su vestíbulo, en la conocida como "Della Robbia Room" del Hearst Castle en San Simeón:
Della Robbia Room en el Hearst Castle con techo mudéjar expoliado en Toledo en 1923

Un tercero fue así descrito: "El techo es uno de los documentos arquitectónicos más históricos que nunca ha abandonado España. El edificio del cual procede es el Palacio de Pedro el Cruel en Toledo". Era una pareja de techos moriscos pintados, dibujo en estrella y pieza central octogonal. Fueron comprados a Raimundo Ruiz, uno de ellos, al menos, lo fue a través de P.W. French & Co. por la cantidad de 12.000 dólares el 20 de octubre de 1922.
Se mencionan bastantes techos toledanos más, como por ejemplo los del citado como Palacio de los Mendoza.
Pero no solo techos acaparó Hearst del legado toledano, sino que también adquirió valiosos tapices flamencos que habían ya salido en el siglo XIX de la Catedral de Toledo. Son los famosos cuatro tapices de la iconografía de los vicios y las virtudes, datados entre 1510 y 1515 en Bruselas: La tentación del hombre por los vicios y la defensa de las virtudes, El combate de vicios y virtudes o el Triunfo de Cristo, La Creación y Caída del Hombre y La Resurrección de Cristo. Procedían de la colección Weinberg de Fráncfort, de donde pasaron a la colección de Duveen que fue quien en 1921 los vendió a Hearst por 400.000 dólares. Hoy pueden admirarse en The Fine Arts Museum de San Francisco. Hearst los tuvo en su impresionante y lujoso apartamento de Clarendon House en Nueva York, situado en el 137 de Riverside Drive a orillas del Hudson, diseñado por Charles Birge y a donde se había mudado en 1908:
Tapices de la Catedral de Toledo en la galería de la Clarendon House, Riverside Drive, de Nueva York © The Library of Congress of The United States of America

En definitiva, estamos ante el principal coleccionista de arte español del siglo XX, que utilizó su inmenso poder y riqueza para acaparar miles de piezas de valor incalculable. Además de su codicia y ambición, jugó a su favor la necesaria colaboración de multitud de personas en España que, lejos de preocuparse por la protección y defensa de este legado, participaron en su proceso expoliador como intermediarios en busca de beneficio económico.
Hoy, si bien es aun muy elevado el riesgo que corre nuestro patrimonio y muy largo el camino por recorrer para la concienciación social de su valor, pienso sinceramente que un proceso como el desarrollado por Hearst aquellas décadas sería prácticamente imposible. Es nuestra obligación impedir que se repita y en la medida de lo posible investigar qué fue del paradero de aquellos bienes para dar a conocer su estado actual.

© TOLEDO OLVIDADO
Maira Gall